Italia saca pecho ante el expolio de su patrimonio

Juan Ángel Juristo / Madrid
 
Italia es, con toda probabilidad, junto a Irán, el país con el patrimonio artístico más rico del mundo. Últimamente los saqueos, los robos, la desidia de las autoridades ante el deterioro del patrimonio, han hecho que la imagen del país se haya dañado a pasos agigantados: Pompeya ha visto cómo se derrumbaba buena parte de los muros de la Casa de los Gladiadores, amén de piezas desaparecidas, y la UNESCO ha amenazado con retirar la subvención al sitio si no se remediaba la situación, mientras, justo al lado, en Nápoles, la noticia de que durante años se habían saqueado por responsables de la institución, libros antiguos de gran valor de la Biblioteca de Nápoles, ha conmocionado a la opinión pública, que se dice.
Pero este país es capaz de sorprender con gestos imprevisibles. Dos exposiciones están teniendo lugar de manera simultánea, una en Pompeya mostrando mosaicos y restos preciosos de tres casas de patricios de la localidad, y otra en Roma enseñando la labor de rescate de la estatua de Caligula de dos metros y medio que las autoridades lograron recuperar, bien es verdad que troceada, en un camión antes de trasladarla a Suiza, lugar de acogida habitual de las obras de arte robadas en medio mundo y que, luego, se reparten en operaciones muy bien calculadas.

Tras años de restauración, se han enseñado al público tres casas casi intactas de la deflagración del Vesubio en 79 después de Cristo. Una de las casas es espectacular pues perteneció a Marcus Lucretius Fronto, uno de los patricios de la ciudad, un ricachón importante de una de las grandes familias del lugar y hombre que tuvo una brillante carrera política. La casa, sin embargo, no es espectacular pues está considerada modesta en su espacio, unos 500 metros cuadrados, pero está decorada con materiales de extrema calidad y gusto, tanto que fueron envidia incluso de algunas familias de la misma Roma.

Hay frescos que aún hoy son espectaculares: representaciones del triunfo de Baco y Arianna, los amores de Marte y Venus, tema recurrente en las pinturas romanas, medallones que representan a jóvenes que los arqueólogos suponen los hijos de Fronto, luego, unos cuadros pequeños que colgaban de candelabros donde se exponían paisajes de la bahía, grandes villas… en fin, el lujo romano pero conservado y restaurado como sólo los italianos saben hacer con el patrimonio clásico.

Las otras dos casas son las de Trittólemo y la de Rómulo y Remo, llamada así porque se hallaba en ella un fresco de la Loba amamantando a los héroes fundacionales que destruyeron los bombardeos aliados en el año 43. Lo más destacado de la restauración de esta casa o domus son las escaleras de mármol de la entrada y las cinco víctimas que se encontraron en una habitación cuando la erupción del Vesubio: una de ellas apretando una bolsa con monedas de plata y oro y con anillos en la mano izquierda que portaba la insignia de los Flavia, una de las grandes familias patricias romanas que era la encargada de suministrar los sacerdotes que se encargaban de conmemorar las fiestas de la fundación de la ciudad.

La más espectacular es, sin embargo, la de Trittólemo, compuesta por dos peristilos y dos atrios, lo que da idea de las proporciones de la misma. La casa debió ser una de las más importantes de la ciudad pues tiene espacio para vivienda y otro para la representatividad pública. El nombre de Trittólemo viene de un fresco que se conserva con la representación del héroe griego que enseñó a los hombres las artes de la agricultura.

Esta apertura es todo un reto a los sin sabores que han marcado este sitio arqueológico dominado en los últimos tiempos por la Mafia y la desidia. La UNESCO ha amenazado con quitarles las subvenciones que reciben y las autoridades han decidido con urgencia dar un golpe de mano acelerando las restauraciones y exponiendo el resultado de ellas. Tres casas, tres domus espectaculares. Los tesoros de la península italiana, a pesar de los ladrones, los ‘tombaroli’, los saqueadores de tumbas… sigue dando sorpresas.

Por su parte el día 23 de este mes, en Roma, en el Vittoriano, se ha inaugurado la exposición, cuyo título lo dice todo, ‘Tras las pistas de Calígula. Historias de grandes recuperaciones de la Guardia de Finanzas en el Lago de Nemi’, donde se expone la estatua colosal de Calícula, salvada de ser robada, aunque no troceada, en Fiumicino, en 2011, cuyo valor hubiera superado el millón de dólares en el mercado de Oriente Medio, japonés o chino.

La estatua de Cayo Julio César Germánico, antecesor de Claudio, más conocido por el apodo de “Sandalita” o Calígula, es la primera del Emperador que se conserva sentado en un trono y aparentando ser Júpiter, lo que confirma el texto de Suetonio. En el pie izquierdo calza la caliga, el zapato de las legiones, de ahí su sobrenombre, y es por ese detalle por lo que se supone que se trata del Emperador ya que la estatua no tiene cabeza, aunque las autoridades no desesperan de encontrarla finalmente.

Junto a la estatua, que no justifica una exposición, por muy importante que sea, se muestran restos arqueológicos relacionados con el Emperador porque pertenecen a su palacio que se encontraba en Nemi, junto al lago. La exposición contiene diversos instrumentos utilizados por los ‘tombaroli’ para que el público tome conciencia de una sangría un tanto desconocida: entre 2012 y 2013 se han robado en Italia 140.000 obras de arte y sólo se han denunciado 294.

Italia saca pecho ante su expolio. Eso a la espera de hacer algo más.


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Zaitsev, el francotirador de Stalingrado

Se acaba de publicar por parte de editorial Crítica ‘Memorias de un francotirador en Stalingrado’. Se trata de las notas de combate que escribió Vasili Zaitsev, héroe de la Unión Soviética, que se formó como cazador en los Urales y que acabó sus días, siendo una leyenda viva durante casi 50 años, en 1991. Es probable que el nombre no nos diga nada, hoy día el imaginario soviético representa la versión moderna de la ‘terra incognita’ de la antigüedad, pero su labor como francotirador en Stalingrado se reflejó en una película, ‘Enemigo a las puertas’, cuyo personaje lo interpretaba Jude Law.
 
 
En el film, bastante realista y descarnado para lo que se acostumbra en Hollywood, Zaitsev, aparte de guapo, era un cazador asilvestrado, dotado de una sensibilidad exquisita a pesar de ser presentado como un analfabeto y, por ende, no tragaba con el ideario comunista, algo que si representaba a la perfección Bob Hoskins en el papel del comisario político Nikita Kruschev. En la vida de Zaitsev no había novia, y menos con el aspecto casi prerrafaelita de Rachel Weisz, pero en descargo de la película, parece estar de moda criticarla una vez han aparecido estas Notas escritas por el verdadero, real, genuino Zaitsev, hay que decir que como versión western de película bélica no tiene precio y que, con todo, es bastante fiel al espíritu del libro. Jean Jacques Annaud es director sutil, capaz de contratar a Anthony Burgess para que le asesore sobre el modo en que sonaría a nuestros oídos el lenguaje de nuestros ancestros, es director con una sensibilidad especial hacia lo literario. Una ocasión así no la podía despreciar. 

Pero aunque viniera bien cierto espíritu de contraste todo hay que decirlo: Zaitsev era un comunista convencido, un hombre que bebía los vientos por el honor del padrecito Stalin, un hombre que gozó de un prestigio enorme a pesar de todos los avatares políticos de la URSS y sus consiguientes purgas. Era un hombre al que se le había concedido, y que él quiso tener a toda costa, la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética. Era como Gagarin en otro orden de cosas. En la URSS se respetó hasta la sacralidad la contribución heroica de la guerra contra Alemania y si no se tiene en cuenta esa circunstancia que dura hasta el día de hoy mal se puede entender el prestigio de que gozó Zaitsev en vida.

Lo que llama la atención al leer estas Notas que se presentan como Memorias es,ya digo, cierta coincidencia de espíritu con aquello que nos presenta la película, todo ello si restamos el trasfondo épico, aquella lucha con el francotirador mayor König, enviado por el Alto Mando alemán, para eliminar a Zaitsev y que interpretaba con excelencia Ed Harris, y añadimos una opacidad sorda, de tarea de profesional, a la labor que hacía Zaitsev, a su trabajo. 

Hay así, unas notas sobre el modo en que trabajaba Zaitsev muy reveladoras de lo terrible, de lo opaco, de la sordidez esencial a toda lucha donde el guerrero ha sido sustituido por el profesional. Sucedió que estando apostado con sus compañero Kolia en las colinas de Mamáiev, divisaron a varios soldados alemanes llevando cubos de agua, más preciado que el petróleo en esos momentos, y Kolia, entusiasmado, comenzó a colocarse el arma en el hombre para abatirlos. Zaitsev le dijo que les perdonara la vida y no disparara. No lo hizo por piedad. Eso ni se contemplaba sino para ganarse confianza por parte del enemigo hacia un lugar que podían considerar así seguro. La espera dio resultado: a las pocas horas apareció un oficial alemán con su insignia de coronel, al que se sumaron un Mayor con una Cruz de Caballero con Hojas de Roble y un coronel que fumaba cigarrillos con una larga boquilla. Fue una buena jornada. A los pocos minutos todos estaba muertos.

Astucia, la larga paciencia que Zaitsev empleaba para abatir a sus enemigos le venía de haber perseguido osos por los Urales. Era un gran cazador, legendario.. lo único que hizo fue cambiar el objetivo, en vez de animales hombres, y del bosque, a los entresijos de las arboledas y los infinitos matorrales a los escombros, más peligrosos, de una ciudad devastada como Stalingrado.

Zaitsev mató mucha gente, 245 alemanes, de los cuales diez eran francotiradores, y era capaz de abatir a cuatro o cinco personas al día. Eso hizo que su nombre, como en los westerns, se cotizara y la Werhmacht tomara cartas en el asunto: se mandó a los mejores francotiradores para abatirlo. Astucia, larga paciencia, inteligencia nata… y cultivada, ya que Zaitsev no era ningún analfabeto. Astucia, sobre todo astucia, ya que el objetivo era matar hombres y estos despliegan inteligencia en sus ataques, astucia, vamos: Uno de los hechos que recoge la película y que Zaitsev habla en sus Memorias y se enorgullece de ello es cuando cazó a un francotirador alemán cegándole con un espejo. Parece truco de Clint Eastwood o de película de Anthony Mann, pero es real, y el film de Annaud lo recoge con fidelidad: es uno de los episodios más literarios del libro, plagado, por otro lado, de datos interesantes… si uno quiere dedicarse al oficio.

Imagino a uno de esos francotiradores de los de Sarajevo con el libro de Vasili Zaitsev entre sus favoritos. Lo dicho no es truco populista sino factible. De hecho fue un francotirador casi mítico. Conviene, en aras de la opacidad en que se nos presenta la realidad, tener esto en cuenta a la hora de distinguir entre la profunda sima de las emociones humanas. La película de Annaud es excelente en su conformidad narrativa pero Zaitsev no es Jude Law, sobre todo, sino un profesional que mató nazis como podía haber matado niños o mujeres o ancianos… lo que se le ordenara en honor de su patria. Y ese sí es el verdadero Zaitsev o, por lo menos, una parte de él.

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Pintura china en el Victoria and Albert Museum

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Pintura china en el Victoria and Albert Museum

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La China, nuestra nueva vecina

Promete ser una de las grandes exposiciones mundiales del año: esta semana se ha inaugurado en el Victoria & Albert Museum, ‘Obras maestras de la pintura china 700-1900′, una muestra que se pretende exhaustiva, además de didáctica, sobre el arte de la pintura china en más de dos mil años, es decir prácticamente un periodo que abarca la totalidad de ese arte. Con ello vuelve a retomarse el interés, por parte de las grandes instituciones europeas, por el modo de representar lo pictórico de un país cuyo interés surgió entre nosotros como algo exótico pero que, poco a poco, se ha ido normalizando hasta el punto de que esta muestra mira a ese arte como si fuera cercano a nosotros.

Y es probable que, aparte del interés por ver pintura china en más de setenta piezas muy escogidas, lo que debe destacarse es la manera distinta de enfocar lo expuesto respecto a las muestras de arte oriental del pasado: aquí lo exótico ha dejado paso a lo diferente, a lo que aún nos choca porque no lo tenemos interiorizado del todo pero que, se supone, podemos entender plenamente si somos convenientemente dirigidos.

En el Reino Unido están exultantes pues es bien sabido que fueron un Imperio enorme al que acompañó la curiosidad por los pueblos que conquistaban: la cultura y la espada unidos en inextricable compañía, y como además muchas de estas obras nunca había sido expuestas en las Islas, el interés es descomunal, las colas interminables… y, en cierto modo ese interés está plenamente justificado, pues en estas setenta piezas el repaso que se ofrece es, por lo menos espectacular.

Hay rollos de pintura a la seda que tienen 14 metros y que los espectadores tienen que recorrer de derecha a izquierda, y donde se representan escenas que hacen las maravillas del visitante pues poseen algo de la magia del cine en sus inicios, y eso se agradece, pero los responsables de la muestra están muy ilusionados porque piensan que, aparte de este tipo de alardes, el público saldrá, además de encantado, con una información mucho mayor sobre pintura china al abandonar el Museo.

De hecho la muestra es didáctica, en cierta manera demasiado, según algunos, y ello ha sido muy criticado por los especialistas pues piensan que es una buena exposición pero sin matices, lo que la invalida por lo menos en sus enormes pretensiones respecto a su excelencia. Las pinturas han sido seleccionadas entre más de veinte museos e instituciones del mundo y algún que otro coleccionista privado y pretende reflejar 1.200 años de evolución en la pintura china, lo que, evidentemente, está sujeto a controversias y sucedería igualmente, o quizá con mayor razón, en una exposición que tomara como ejemplo la evolución de la pintura italiana desde el Renacimiento hasta nuestros días. Así, entre rollos de seda de 14 metros, cuadros íntimos realizados por los monjes para sus ceremonias religiosas, la introducción del pasaje en la pintura, algo determinante en las señas de identidad de ese arte y, finalmente, las influencias occidentales en el modo de concebir la figuración, esta muestra extiende una fina madeja referencial que sitúa convenientemente el arte de un país.

Ni que decir tiene que lo cronológico es el modo elegido para su desarrollo, un modo justamente lineal pero adecuado, idóneo. Comenzamos por los llamados ‘Objetos de devoción’, un periodo que see xtiende desde el 700 hasta el 950, es decir, el periodo Tang y el correspondiente a las Cinco Dinastías: se trata de pancartas budistas, pintados en seda y dotados de colores brillantes. Aquí se exhibe un manuscrito ilustrado con cinco planetas y veintiocho constelaciones, atribuido a Zhang Sengyou, que es una de las primeras muestras del motivo astrológico en el arte.

En la sección llamada ‘En busca de la realidad’, y que se extiende de 950 a 1250, se la querido hacer hincapié en el paso de la religiosidad a entornos objetivos, naturales, al paisaje: escenas de ríos, animales pescadores, los ciclos de las estaciones del año, una mirada hacia lo monumental que redujo el color y potenció lo monocromático porque era el modo idóneo de realzar los detalles. En esta sección se exhibe los ‘Nueve dragones’, la mítica pintura de Chen Rong, en las que criaturas legendarias retozan entre nubes, aguas, montañas… la Arcadia china en pleno desarrollo.

‘Abrazando la soledad 1250-1400′, quiere darnos a conocer la interiorización que el descubrimiento del paisaje se realiza en las conciencias y como cada una de éstas se expresa a través de su individualidad mediante un gesto de claro signo espiritual. Fue la época del dominio mongol y muchos artistas dieron la espalda al as instituciones y buscaron patrocinios privados. Surge así, la representación de la ciruela en estación temprana como símbolo de resistencia ante un peligro exterior. ‘Dos patriarcas Chan armonizan sus mentes’ sería la pintura referencial de este periodo.

Entre 1400 y 1600 se da cuenta de un largo tiempo en que se busca la felicidad. Es la época de la dinastía Ming, un periodo próspero que afecta a todos los estamentos sociales. Es el momento en que se representan actuaciones musicales, juegos de ajedrez y se da importancia suprema a la caligrafía, es el momento en que se otorga un lugar a la nostalgia, surgiendo el paisaje como evocación así de cuentos de hadas.

Inmediatamente después, estamos ya en el último apartado, se mira hacia el Oeste: ‘Desafiado el pasado y mirando hacia el Oeste 1600-1900′. Es aquí donde se expone la pintura de 14 metros y es significativa de los alcances, de las expectativas del periodo. Un tiempo en que hay profusión de artistas que compiten entre ellos y perfeccionan los temas que ya son lugar común de la iconografía. Al mismo tiempo se produce en esos siglos, especialmente el XIX, una influencia enorme de la pintura occidental. Es una pintura que reproduce la fascinación de la Corte por el modo occidental pero también la manera en que los cambios de la sociedad china trajeron un interés enorme por el naturalismo.

En este sentido hay que decir que la exposición no desmerece nada de las expectativas puestas. Si es verdad que en el detalle está Dios, también es cierto que no se accede a una adecuada visión primeriza de algo si no es a través de una mirada panorámica. El que mucho abarca poco aprieta, pero es que son 1200 años…

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André Schiffrin

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André Schiffrin, el editor de las dos orillas

Andrés Schiffrin ha muerto a los 78 años, víctima de un cáncer de páncreas en París, ciudad en la que pasaba largas temporadas y en la que había nacido cuando no habitaba en su ciudad de adopción, Nueva York. Editor de leyenda, al modo en que lo han sido Gaston Gallimard o Giulio Einaudi o Víctor Gollanz, y entre nosotros Jacobo Muchnik, o Carlos Barral, es decir, un editor cuya única y legítima obsesión era la literatura y el que supiera combinarlo con un rédito comercial adecuado, caso de Gallimard, para nada el de Barral o el de Jaime Salinas, en cierto modo su heredero entre nosotros, no restaba un ápice a su excelencia. Nunca dejó de creer en el oficio.

Yo le conocí gracias a Manuel Fernández Cuesta, un entrañable amigo y excelente editor, que publicó entre nosotros a Schiffrin. Era cuando Fernández Cuesta estaba en Península y editó ‘Una educación política’, ‘La edición sin editores’ y ‘El dinero y las palabras’ y cabe decir que como los grandes, sobre todo como deben ser los críticos y los editores, la modestia, la humildad le acompañaron siempre. Podía no haber sido así: su obra como editor es inmensa y representa lo mejor que ha dado la edición norteamericana respecto a una proyección literaria coherente , pero Schiffrin era hombre lúcido, había vivido lo suyo y, sobre todo, para remedar a Albert Camus, había padecido la condición humana.

Schiffrin nació en París en 1935 y su padre, Jacques Schiffrin fue un legendario editor de origen ruso que buscó refugio en la capital francesa , que creó en 1931 La Pleáide y Pantheon Books, más tarde, dos de las casas editoas legendarias del siglo XX. Fue contratado por Gaston Gallimard y fue en esa casa donde llevó a cabo ese enorme proyecto, el buque insignia de la editorial, pero cuando los nazis ocuparon Francia y decretaron la orden de arianización, Gallimard expulsó a Schiffrin y éste emigró con la familia a Nuava York. Esta anécdota la contó Schiffrin en ‘Una educación política’ y Gallimard amenazó con acusarle de difamación. La cosa no llegó a más pero es absolutamente cierta, lo que no era incompatible para que entre los lectores de la editorial, bajo cuerda, se escondieran activos representantes de la Resistencia.

En Norteamérica su padre creó Pantheon Books, editorial de referencia de la cultura europea en América, convirtiéndose en poco tiempo en una de esas casas editoras que ha hecho la leyenda de Nueva York. André, el hijo, más tarde, fundó The New Press, una casa editora que se fijó en los marginados, en los que hasta entonces estaban excluídos del sistema: fue una editorial rara, extraña, en el país donde el éxito y la cultura se tocan la ano irremisiblemente y sin redención. Cuando murió su padre, los responsables de Pantheon le llamaron para que ocupara el cargo dejado a su muerte.

André Schiffrin aceptó y durante años continuó esa labor que tenía mucho de visión mesiánica de la cultura. Schiffrin logró introducir en el mundillo norteamericano la cultura europea del momento, los existencialistas, Samuel Beckett, Boris Pasternak, Michel Foucault… en una labor espléndida que duró treinta años Cuando Pantheon Books se vendió a Randon House, Schiffrin, que había tenido problemas por discrepancias con la dirección debido a las crecientes presiones respecto a hacer de la editorial un proyecto exclusivamente comercial, fue despedido. Estamos en 1990 y si su padre creó Pantheon, André hizo lo propio ahora con The New Press, una editorial que fue capaz de publicar la obra de Chomsky y Eric Hobsbawm y vender centenares de miles de ejemplares con cada una de ellas.

Schiffrin era un rebelde… como pocos, y esa condición tan especial, proclive a la persistencia que va más allá de una actitud, es probable que le viniera de su condición de judío perseguido. La memoria ancestral se traspasa a los herederos y Schiffrn tuvo muy presente siempre el destino diabólico en la figura de su padre y de qué modo la lucha ante ese destino predestinado es cosa sólo de los grandes de espíritu. Esa lección, aprendida de sus ancestros, fue esencial para que no se planteara nunca abdicar de lo que creía debía ser un editor. André Schiffrin dejó el mundo de las publicaciones cuando la mercadotecnia se apoderó por entero de la industria y no había refugio, por pequeño que fuera, para editar literatura, a secas.

Entre la politica nefasta de los grades editores y la deplorable actitud de lo que Ramón Gómez de la Serna llamó, con lucidez terrible, la legión de lectoricidas, el mundo de Schiffrin ya no tenía lugar y desde la década de los noventa se dedicó a publicar libros donde alertaba de los peligros que nos vendrían. No se equivocó.

Así, rastreó la huella de la crisis que se avecinaba mediante el análisis de las publicaciones millonarias, una burbuja de lectoricidas que poco o nada tenía que ver con una situación real de la cultura… en este sentido bien cabe decir que Schiffrin ha sido el último de aquellos grandes editores que formaron parte de la leyenda de la cultura del siglo XX. Entre nosotros, dije, podemos establecer algunos paralelismos: al fin y al cabo si André Schiffrin es hijo de Jacques, y es judío, Mario Mauchnik es hijo de Jacobo y es judío también y los dos se caracterizan por poseer ciertos caracteres persistentes y muy precisos respecto al oficio de editor y lo que debe ser la cultura. Mario Muchnik es más proclive a la ironía como buen latino,pero no por ello debemos pensar que Schiffrin es autor menos dado a ello, y si Schiffrin editó a los grandes de la cultura europea en Nueva York, Mario nos descubrió a Elías Canetti, que no está nada mal.

En cualquier caso esto es un homenaje a André Schiffrin, el último de los grandes, que ha muerto batallando, como era su deber, batallando en todos los frentes. Fue un editor ejemplar, de lo mejor de la cultura de ambos mundos, un editor de las dos orillas.

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Doris Lessing

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Una abuela como usted, Doris Lessing

Me entero de la muerte de Doris Lessing, ayer, domingo, allá en su barrio de New Hampstead, donde decidió resguardarse del ruido, pero no dejar de seguir luchando. Ahora que se ha muerto me enfrento a sensaciones contradictorias pues es una escritora a la que admiré como persona, que me gustaron mucho sus primeros libros, llenos de enorme frescura pero que, creo, la abandonó según pasaba el tiempo. Pero sigo sin entender, como no las entendí en su momento, las reservas amargas que le han hecho críticos a los que admiro, como Marcel Reich Ranicki, aunque acepto la de otros por los que no siento especial fervor, como Harold Bloom, pero ambos, siendo tan distintos, criticaron con ferocidad que le otorgaran el Premio Nobel. Umberto Eco, que es más fino, sólo llegó a decir que le extrañaba que le hubieran dado el Premio  a un autor británico tan cerca del de Harold Pinter…En cualquier caso, cuando me enfrento a la obra de Doris Lessing, sobre todo a las últimas donde parece obsesionarse con la idea de la vuelta al primitivismo del hombre después de una catástrofe, cuando la veo en la televisión, por ejemplo, recibiendo el Premio Príncipe de Asturias, sigo recordando con placer los dos o tres encuentros en que estuve con ella, cuando era una escritora célebre y antes de convertirse en una figura celebérrima y, sobre todo, la especial relación que he tenido con ella como lector que lee la obra de un escritor a quien considera entre sus favoritos por razones que aún hoy todavía a uno se le escapan. No sé si la última vez que comí con ella por invitación de EDHASA, la editorial que la publicaba,  fue con motivo de la edición de El cuaderno dorado, lo que sí recuerdo con viveza fue la sensación próxima, fuerte, de encontrarme ante una mujer de una energía particular, con su pelo blanco, su manera de vestir aparentemente descuidada, muy de inglesa contestataria con el sistema, en definitiva, y de que la tarde se pasaba como volando, como en un instante de fugacidad que podría parecer una eternidad. Recuerdo que, coqueto uno, le dije que me hubiese gustado tener una abuela como ella, a lo que se prestó de inmediato pero “en otro mundo”, dijo, riéndose. Desde luego que la oculté la fascinación que siempre me había producido las fotografías que la retrataban la primera vez que topé con sus obras de la editorial Seix Barral, una mujer de rara belleza exótica, vestida con una elegancia casi glamourosa,  los tiempos eran otros, y no porque hubiese nacido en Persia, eso también,  sino porque poseía un halo de belleza que poco o nada tenía que ver con su presencia física, sino que iba más allá. Y ello se nota particularmente en sus primeros libros, donde se advierte la fuerza de las convicciones de una escritora dotada de una pasión sin tapujos, así, En busca de un inglés, o en su primera novela, Canta la hierba, e incluso con  Diario de una buena vecina o La buena terrorista: Es un magnetismo que le está reservado porque es una persona excepcional y no sólo como artista, y eso son cosas que se notan. Doris Lessing siempre me fascinó y no porque considere que su obra es particularmente excepcional, hay títulos como Memorias de una superviviente o Martha Quest que poseen una rara ejemplaridad, sino porque posee una coherencia tranquila que en estos tiempos es difícil de hallar, porque esa coherencia está alejada de fanatismos de toda clase, incluso de las adoraciones de sus correligionarios, porque es una mujer de una curiosidad intensa y de un arrojo nada común, recuerden aquella anécdota de haber mandado a la editorial británica que la publicaba una novela escrita por ella pero cuyo manuscrito hizo pasar por el de una escritora novel. Y el rechazo previsto, y lo ya no tan previsto, que la escritora hiciera pública la carta del rechazo donde la editorial explicaba los motivos, denunciando así algo más que la situación difícil de un escritor desconocido sino lo terrible del lugar común y de que, en realidad, no se atendiera a la calidad de la obra misma. Doris Lessing ha sido un símbolo de muchas de las tendencias que se originaron en los años sesenta en el Reino Unido, la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, fue expulsada de aquel país, el movimiento feminista, cierto acomodo hedonista que la puritana Inglaterra necesitaba a marchas forzadas… pero en Doris Lessing aquellas tendencias era, son, genuinas, por eso nunca quiso que se la confundiera con causas donde detectaba lo espurio, el aprovechamiento miserable o acomodaticio del asunto. Con el tiempo su obra se ha hecho más sabia, más abstracta, pero mantiene esa intensidad, por ejemplo, La hendidura, de sus primeros libros, cuando mantuvo cierto idilio con el Partido Comunista al que enseguida abandonó, no así su pasión por la vida y las cosas, donde en ellas aún anda. Lo dicho. Una abuela como ella

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Josep Pla

losep pla en palafrugell

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