Patti Smith, la persistencia de las lejanías

Juan Ángel Juristo / Madrid
Patti Smith,  la persistencia de las lejanías
Patti Smith, la legendaria cantante rock, poeta y artista conceptual, publicó hace unos años ‘Éramos unos niños’, donde rememoraba el Nueva York de los años 60 y 70, cuando habitaba por allí de la mano de Andy Warhol y Robert Mappelthorpe. Era un libro descriptivo, por necesidad manifiesta, del ambiente artístico de la ciudad en aquellos años y de la fauna que por allí deambulaba o se dejaba caer. Ahora, la Smith ha publicado un bello libro, mucho más corto, descriptivo a su manera, que es el poético despliegue de una mirada volcada a la infancia. ‘Tejiendo sueños’ lo dice casi todo en el título y por él la cantante recibió el único elogio de su padre poco antes de morir respecto a una obra suya. La Smith lo cuenta sin intención alguna pero es significativo. En él no hay atisbo de sexo, drogas ni ‘rock and roll’.
En el prólogo para esta edición española, escrita en Barcelona el Domingo de Ramos de 2011, Patti Smith describe cierta atmósfera opresiva que la llevó a escribir estas páginas. Hay que imaginarse una casa un tanto deslavazada en las fueras de Detroit, tierra devastada donde las haya. La casa estaba situada en un canal que vertía sus aguas al lago Saint Clair y allí la Smith se creyó morir de melancolía negra la primavera del 91, cuando después de dejar a sus hijos en el colegio contemplaba durante horas la deteriorada casa llena de hiedras en un deteriorado paisaje con un lado salvaje, modalidad que ella había cantado años antes con justeza, pero que esta vez la pilló por el mal lado, el que nos sume en la sima. Donde Patti Smith pergeñaba sus negros pensamientos se hallaban multitud de sauces, árbol proclive en la imaginería romántica a la melancolía. La naturaleza imita al arte.

Patti Smith, entonces, ideó una infancia arcádica. No se la inventó, pues ‘Tejiendo sueños’ son cuadros sacados de una niñez que está relatada al modo de un cuento de hadas, sino que la recompuso, que es lo que todos hacemos al rememorar. Ella, en unas declaraciones posteriores, afirmó que no hubo invento alguno, que no fue su intención escribir una historia al modo de un cuento de hadas, pero que su infancia fue así. Desde luego el testimonio de su padre, que mientras preparaba un café le espetó: “Patricia, he leído tu libro. Escribes bien”, no deja lugar a dudas de que la atmósfera descrita le agradó pues nunca pronunció palabra sobre las hermosas y terribles canciones de su hija. Es de suponer que a su padre lo de que su hija fuera la madrina de los punkis debió parecerle herejía. Era de la generación que se educó con Eisenhower.

El libro retrata situaciones al modo de instantáneas, con el asomo justo de narratividad para que lo leído sea inteligible pero sin que la anécdota contada pueda derramarse en significados múltiples, algo que un narrador nato construye sin darse cuenta. Pero Patty Smith, antes que en una historia que hay que domeñar, prefiere apoyarse en imágenes, y el libro es profusa en ellas, lo que hace el tomo deliciosamente precioso, pues las imágenes poseen una belleza poética añadida que enaltece el texto.

Hay, por otra parte, un elemento unificador que es propio de la tradición norteamericana y Patti Smith, a quienes muchos deben considerar que la palabra tradición le es ajena, posee ese imaginario americano en grado sumo, tanto que su postura ecologista, defensora del pacifismo y demás, tan propio de cierta escuela liberal de ese país, es algo que tiene su origen en la conformación misma de su país. Patti Smith es heredera de un padre de la patria como lo es H.D. Thoreau, autor de ‘Walden’, teórico de la desobediencia civil y a quién tanto debió Gandhi. Sin saber de esas conformaciones y tradiciones es difícil valorar ciertas atmósferas norteamericanas. Por ejemplo, la persistencia de las lejanías.

De ahí que haya un hilo conductor en este libro que nos retrotrae a tiempos antiguos, y nos retrotrae a esos tiempos porque en los Estados Unidos la modernidad más alocada se combina a la perfección con la intimidad de las lejanías rurales, infinitas. De ahí que en cada estampa que nos cuenta, como que su madre la enseñó a rezar, sin ir más lejos, creamos estar asistiendo a ciertas presencias de las que no han dejado constancia preciosa mucho antes, por ejemplo, en Emily Dickinson.

Es libro es profuso en belleza. Pongamos ‘Verdades de cowboy’, texto del libro tomado al azar. Comienza: “Relajado, bajo el cielo, sin contemplar nada en particular. La naturaleza del trabajo. La naturaleza de la ociosidad, y el mismo cielo con masas ondulantes tan cercanas que podrían atraparse con lazo para utilizarlas de almohada o llenarse la barriga con ellas. Rebañar las judías y la salsa con un pedazo de carne de nube, y recostarse para echar una siesta. ¡Qué vida!”

Este libro es el resultado de aquella visión en Detroit que la llevó a salvarse en la infancia. Se casó con el guitarrista Fred Sony, con quien tuvo a sus dos hijos. Cuando enviudó, su hermano y Mapplethorpe lograron sacarla de su estupor y volvió a dar conciertos, a sacarle partido a la carretera, otro imaginario norteamericano, y darle de nuevo al pacifismo, al compromiso político y social… Patti Smith dejó, entonces, este libro como testimonio de una época pasada, entre sauces llorones cuando acababa de dejar a sus hijos en el colegio. Because the Night.

Lo que no es poco.

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