El ascenso de Bevilacqua

Ayer noche, como todos los años cada día de Santa Teresa, se otorgaron los Premios Planeta, que esta vez ganó Lorenzo Silva por su novela La marca del meridiano. Finalista quedó, como casi siempre, una mujer. En esta ocasión, Mara Gómez, presentadora de la 2 noticias, con La vida imaginaria, una narración que trata los problemas psicológicos de una mujer cuando decide divorciarse. Lorenzo Silva, que no ha abandonado a la pareja formada por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los dos guardias civiles más glamorosos de la historia del cuerpo que le han reportado fama y dinero, ha escrito con ésta la que es la séptima entrega de la serie y, supongo, irá a por más. En esta ocasión los ha ascendido de categoría y ha introducido a un nuevo personaje. Algo  que no  deja de tener gracia si tenemos en cuenta que entre el autor y Bevilacqua parece haber una especie de vida paralela: del Nadal al Planeta el ascenso en millones es rutilante. Al acto acudieron Artur Mas y el ministro José Ignacio Wert, además de José Manuel Lara, claro, que defraudaron a los ingenuos buscadores de tonto morbo. Tan ingenuos, por otro lado, que resaltaron la falta de tensión en el acto. ¿Qué tensión?

Madrileño, de Carabanchel, ejecutivo en una empresa eléctrica española, de la que se fue en 2002, cuando se dio cuenta de que sus ingresos en la vida literaria estaban ya seguros y que podían superar a la de su sueldo como abogado, Lorenzo Silva puede ser calificado, a él le encantaría, como el paradigma del self made man a la española. Yo le conocí cuando publicó su primera novela en la editorial Huerga y Fierro, La sustancia interior,  e incluso se la presenté en el Conde Duque, una tarde bella y apacible donde había escampado de una tormenta, y me di cuenta de que en este hombre había un escritor de raza y, también, una persona dotada de una enorme ambición, algo casi imprescindible a la hora de forjarse  un destino como artista. Quizá la otra condición sea la perseverancia, que también la tiene, pero no es momento ahora de entrar en este don.

Hablamos de muchas cosas, de su adoración por Marcel Proust y por Franz Kafka, y de su sordera total hacia los encantos del Dante, autor al que sencillamente no entiende. Bebedor de agua, estudiante de alemán, por aquel entonces, Lorenzo Silva publicó luego su novela,  La flaqueza del bolchevique, que fue finalista del Premio Nadal y de la que hice una entusiasta reseña, cosa rara en un crítico, incluso en mí, porque me pareció una novela muy bien medida, muy inteligente, como lo es su autor, y porque decía cosas, o eso intentaba e intentos así hay que premiarlos. Recuerdo de mi reseña sólo la sensación de entusiasmo y el título, Sobre ángeles y escarabajos, porque lo decía todo. Franz Kafka, su sombra, estaba ahí, bien que escondida en una tendencia evidente a hacer una literatura más acorde con los gustos del público.

Lorenzo Silva entró como un vendaval en una editorial, Destino, que le debe mucho porque fue un autor que saneó las cuentas o ayudó bastante a ello. Desde esta novela comenzó su popularidad, que le llegó cuando publicó El lejano país de los estanques, donde dio vida a estos dos guardias civiles, Bevilacqua y la Chamorro, digo, los más glamorosos de la literatura española, no porque lo sean en demasía, sino porque los que les han precedido parecían personajes de Solana.

Luego, ya se sabe, el Premio Nadal, con El alquimista impaciente, de hermoso título, hay que recordar que Lorenzo Silva es un personaje culto y que gusta del guiño y que ha conseguido que Bevilacqua sea personaje en la Red atribuido sólo  a él, lo que asusta un poco sobre lo que nos depara Internet pero que , por otro lado, es capaz de subir a las esferas de la autoestima a cualquier afectado por la negra enfermedad. Pero la melancolía no se cura con una sesión de narcisismo sólo, y como Lorenzo Silva no es melancólico, sino un hombre muy equilibrado, que sabe dominar su daimon, que lo tiene, forjado en los intríngulis de la alta empresa, sabe que los éxitos con éxitos se curan , y ha seguido, rutilante, por los anchos caminos de la serie con títulos como La niebla y la doncella, Nadie vale más que otro, La reina sin espejo, hermoso título otra vez, y La estrategia del agua, que también ha querido ser un hermoso título pero que peca de un poco extravagante.

Reconozco que no terminan de gustarme estos dos personajes por lo que tienen de modelos, y también de modélicos, tanto que en 2010, se le concedió al autor el galardón de Guardia Civil Honorífico por su contribución a la buena imagen del Cuerpo. Yo, que soy de otra época, no me imagino a  Dashiel Hammet o a Raymond Chandler, no digamos nada a Giorgio Scerbanenco o al mismo Leonardo Sciascia, no digamos Simenon y la Sureté, recibiendo un galardón parecido por alguna asociación de detectives, como la Pinkerton, o a la mismísima Policía Italiana, pero hay que reconocer que en las versiones cinematográficas han funcionado porque poseen humildad, astucia que no se nota y alguna dosis de sabor erótico, pero sin pasarse. Ya digo, cierta calidad, algún guiño y, sobre todo, sentido de la eficacia. No sé si será este el secreto de Lorenzo Silva pero si parte de las características de su obra. La cosa, por lo demás, no tiene nada de extraño en el diagnóstico, pero prueben a mezclar estos ingredientes en una novela y  es probable que no vendan casi ningún ejemplar. Los misterios de los best sellers misterios siguen siendo.

Lorenzo Silva ha ganado el Premio Planeta con su novela La marca del meridiano, que es una metáfora de ese medio camino entre Madrid y Barcelona, Greenwich pasa por Aragón,  en que se debate  Bevilacqua y también el autor. Para demostrar su cariño a Barcelona, su otra ciudad, pronunció algunas palabras en catalán en la cena y homenajeó a Vázquez Montalbán, lo que le honra, y a Ramón Sender, que está muy bien porque es una buena manera de reivindicar alguien que fue importante y está ahora olvidado. También dijo que le hubiera gustado ser el personaje onettiano de El astillero. Es lo que corresponde ahora y vale lo de su anterior etapa con Kafka. Prometo leer la novela cuando se publique.

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